Tomó de nuevo el tenedor, aunque ver ahora las rodajas de calabacín en su plato le produjo cierto desconcierto, como si las hubieran hecho aparecer por sorpresa.
La poesía es un sabroso vino de la imaginación, que, moderado, alegra el espíritu, regala el entendimiento, deleita la fantasía y menoscaba la tristeza.
Fundó una religión cuyos dogmas principales eran la transmigración de las almas y que el comer alubias era pecado. Su religión se incorporó en una orden religiosa, que en algunos lugares adquirió el control del Estado, y estableció una regla de los santos. Pero los no regenerados suspiraban por las alubias, y se rebelaron más pronto o más tarde.
Algunas de las reglas de la orden de Pitágoras eran las siguientes:
1. Abstenerse de las alubias. 2. No recoger lo que se había caído. 3. No tocar un gallo blanco. 4. No romper el pan. 5. No pasar sobre un travesaño. 6. No remover la lumbre con hierro. 7. No comer de una hogaza de pan entera. 8. No coger una guirnalda. 9. No sentarse en una medida de a cuarto. 10. No comer corazón. 11. No andar por las carreteras. 12. No dejar que las golondrinas aniden en el tejado de la propia casa. 13. Cuando el puchero se quita de la lumbre, no dejar su marca en la ceniza, sino removerla. 14. No mirar un espejo al lado de una luz. 15. Al levantarse de las sábanas, enrollarlas y hacer desaparecer la huella del cuerpo.
El costado del pescado agridulce estaba agujereado a cuchillo desde la cabeza hasta la cola, y los agujeros estaban rellenos con un sirope agrio de color naranja. Uno de sus ojos opacos estaba oculto bajo un lecho de cebollas de color verde esmeralda; su cola triangular colgaba melancólicamente fuera de la fuente, como si todavía pudiera moverse ligeramente.
La boda fue como todos esperaban. Gran comida, música y baile. Antes de la ceremonia muchas camisas blancas estaban ya manchadas de vino al obstinarse los campesinos en beber en bota. Las esposas protestaban, y ellos decían riendo que había que emborrachar las camisas para darlas después a los pobres. Con esta expresión -darlas a los pobres- se hacían la ilusión de que ellos no lo eran.
Esto es lo que debemos hablar al amor de la lumbre en el invierno, tumbados en blandos lechos, después de un buen banquete, bebiendo vino dulce y garbanzos cascados: ¿De qué país es usted y que edad tiene, mi buen señor? ¿Y cuántos años tenía cuando llegaron los Medos?
Jenófanes Historia de la filosofía Bertrand Russell
Por lo común no se habla mal de los extranjeros, o en todo caso no cuando ellos pudieran oírlo. A sus espaldas la gente se complace en quejarse de su presunto hedor a ajo, pero el caso es que los sibaritas alemanes comen hoy en día mucho más ajo que la mayoría de los turcos, quienes, a lo sumo, se permiten tomar un diente de ese saludable condimento el fin de semana. Disimulan para ser aceptados, pero persiste la cerrazon a todo contacto.