-¿Compramos baguettes, gruyére y beaujolais? -Sí, claro, como siempre. -Así no salimos a cenar. -Mejor. La calle está asquerosa. -Por lo menos en la mansarde hay calefacción. -Qué bueno. Hicieron las compras. Agregaron gauloises y fósforos para él; chocolate para ella.
Esteban sintió abrirse la puerta, y oyó pasos menudos sobre el suelo de madera. Era una mujer. Percibió el sonido de su vestido, rozando los muebles, y enseguida un aroma fresco y dulce, como el de las flores cuando se acaban de regar. Incluso creyó ver su rostro. Pareció emerger de la oscuridad, encendido y resplandeciente, y oyó que le pedía que tomara algo de comer: "Si no comes -le dijo-, nunca te despertarás". Esteban tomó un sorbo de caldo y se acurrucó de nuevo en la cama.