Miró el reloj y, viendo que solo eran las tres y cuarto y aún tenía que esperar bastante, y que no estaba bien hacerlo, sin mas, allí sentado, el señor Goliadkin pidió un chocolate del que de momento maldita la gana que tenía. Después de tomarlo y notar que había pasado algún tiempo fue a pagar. De pronto alguien le dio una palmada en el hombro.
Como sabíamos que nada ni nadie en el mundo mejoraría nuestros gajes, limitábamos nuestra esperanza a una progresiva reducción de las salidas, y, en base a un cooperativismo harto elemental, lo habíamos logrado en buena parte. Yo, por ejemplo, pagaba la yerba; el Auxiliar Primero, el té de la tarde; el Auxiliar Segundo, el azúcar; las tostadas el Oficial Primero, y el Oficial Segundo la manteca. Las dos dactilógrafas y el portero estaban exonerados, pero el Jefe, como ganaba un poco más, pagaba el diario que leíamos todos. El presupuesto. 1949 Mario Benedetti