Bajo la presión de la competencia, la adulteración de los alimentos se convirtió en algo corriente en la industria victoriana: a la harina se añadía yeso, a la pimienta, madera, el tocino rancio se trataba con ácido bórico, se evitaba que la leche se agriara con líquido de embalsamar y millares de remedios medicinales florecieron bajo la protección de patentes, agua sucia o veneno cuya sola eficacia residía en la sugestión producida por las brillantes mentiras de sus etiquetas.
Técnica y civilización
Lewis Mumford
(Harmen Steenwijck)
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