Blanca apartó los visillos y miró a través de la ventana las hojas duras y ásperas, de un verde opaco, de la higuera. Ya apuntaban, incipientes, los botones cerrados de las brevas. Ése era su desayuno favorito en las mañanas del verano, brevas frescas, recién cogidas. Lechoso aún el tallo, las colocaba sobre sus mismas hojas en un cestillo y, despacio, saboreándolas, las comía en las primeras horas mientras el monte, frente a ella, iba emergiendo, desperezándose de su propia noche.
El Corazón de la Tierra
Juan Cobos Wilkins
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