Desayunaba en familia, pero con un régimen personal: una infusión de flores de ajenjo mayor, para el bienestar del estómago, y una cabeza de ajos cuyos dientes pelaba y se comía uno por uno masticándoles a conciencia con una hogaza de pan, para prevenir los ahogos del corazón.
El amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez
(La vendedora de ajos. Álvaro Reja)
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