Por la noche el callejón se anima un poco. Se reúnen sus habitantes. Unos han pasado aquí todo el día, atormentados por ataques de malaria. Otros vuelven ahora de la ciudad. Unos han tenido un día feliz: han trabajado en alguna parte o han encontrado a un familiar que ha compartido con ellos sus cuatro monedas. Éstos cenarán: un cuenco de cassava con salsa picante hecha de pimentón, y a veces hasta un huevo duro o un trozo de carne de cordero. Parte de esto irá a parar a los niños, que, ávidos, observan cómo los hombres engullen bocado tras bocado. Aquí, cualquier cantidad de comida desaparece enseguida y sin dejar rastro. Se come todo lo que hay, hasta la última migaja: nadie almacena nada, ni siquiera tendría dónde guardar sus reservas ni cerrarlas bajo llave.
Mi callejón 1967. Ébano
Ryszard Kapunscinski
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