Se levanta, me da un beso y vuelve a casa de los Pallières, a su dura tarea de esclava moderna. Cuando se marcha, permanezco sentada delante de mi taza de té vacía. Queda un fruto seco con chocolate, que mordisqueo por gula con los incisivos, como un ratoncito. Cambiar el modo de comer algo es como degustar un nuevo manjar.
La elegancia del erizo
Muriel Barbery
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