De no ser por el horrible té que le sirvieron, aquella habría sido una mañana perfecta. Tras digerir un consomé casero con yema de huevo fresco aderezado con tomillo, dos salchichas tiernas de infinito sabor rural y un vaso de aguardiente, Charles, reclinado en su silla, se sentía como un rey. Eran las ocho en punto de la mañana y no había nadie más en el comedor, tan solo Isabel, quien, aparte de cocinar y limpiar, también servía.
La maestra republicana
Elena Moya
No hay comentarios:
Publicar un comentario