Una vez se hubo marchado, me tomé
un buen tazón de jarira caliente y, luego, me preparé un café. El
agua, al hervir en el cazo, empañó los vidrios de la ventana de la
cocina y la casa se encogió amablemente sobre sí misma,
protegiéndome y obligando a la noche a cambiar de signo.
Mimoun
Rafael Chirbes
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