La anciana dama, como supe por su boca poco más tarde, sentado ante una jarra de té helado, se llamaba Margy y era inglesa. Había nacido en Flowseugh, un diminuto villorrio de la costa oriental situado exactamente a mitad de camino entre Loch of Strathberg y Loch of Kinnordy, pero vivía en esa villa desde que, siendo joven aún, se había casado con un italiano. Su marido había sido pastelero: había sido, dijo, porque desde hacía ya seis meses se había ido, la había dejado para dirigirse, en un vuelo silente y discreto, hacia la compañía de ángeles y querubines. Antes de conocerlo ella solamente había amado los dulces, y había sido un gran amor desdichado porque en Inglaterra, pese a tratarse del país más hermoso del mundo, se elaboraban unos dulces pésimos.
La cabeza en las nubes
Susanna Tamaro
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