Oboshi también había atado a sus tobillos unos campanillas. Le sonrió haciéndolas sonar, silbando y bailando graciosamente, a la vez que le acercaba unos cuencos. Uno con sopa de miso, otro con arroz y unas tiras de pescado seco, también un buen tazón de té humeante.
El viaje de Tanaka
David Cantero
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