Él, que era un receptáculo tan maravilloso, que había nacido con la facultad para interpretar cualquier tipo de comunicación, se desesperaba a más no poder cuando un mensaje quedaba sin respuesta, ahí, flotando en el espacio sin ser percibido. Como una caricia que nunca llega a tocar la piel, como un higo fresco ignorado, despreciado, que nadie llega a comer y termina podrido, en el piso.
Tan veloz como el deseo
Laura Esquivel
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