Ahora la mujer se quedaba con él todo el día. La vieja no subía. Las piernas de Miles mejoraban, comía quesitos de cabra muy perfumados. Luigia había colgado sobre su cama una botella de chianti que no tenía más que inclinar para recibir en la garganta un chorro de vino acre y de color rojo oscuro. El sol inundaba al granero.
El cielo de Italia
Francoise Sagan
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