13 mayo 2020

Feta, acelgas y resina

Una noche en la plaza Gyzi, me armé de valor. Me senté en una suvlakería, a comer algo. El camarero era albanés y hablaba un griego extraordinario.
-¿Feta, acelgas y retsina también hoy? -me preguntó sonriendo.
Sólo nos habíamos visto una vez y se acordaba no únicamente de mí, sino de mi frugal comida. Me dieron ganas de darle un beso. No era más inteligente que otros camareros, no tenía mejor memoria. Pero estaba en el estado de alerta del inmigrante.

Otra vida por vivir
Theodor Kallifatides

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