Al volver a la terraza, me di cuenta de que, lejos de estar cansada, como suele suceder cada vez que recibo a amigos, me sentía fresca y en paz. Bajé a echar un vistazo a las ciruelas que Win había visto ya maduras, pero al tocarlas comprobé que pese al morado cautivador que lucían, seguían duras como piedras.
La casa junto al mar
May Sarton
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