Invité allí enseguida a John y a Zado. La mujer, entrada en años, desconfiada y que no paraba de mirar hacia la puerta, ofrecía un único plato: pinchos con arroz. No quitaba ojo de la puerta porque nunca sabía quién iba a entrar: unos clientes, para comer algo; o unos ladrones, para despojarla de todo lo que tenía.
El infierno se enfría. Ébano
Ryszard Kapunsciski
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