Rita no tenía ya nada que temer. Müller no le preguntaba nada y se había acomodado ante su mesa para intentar trabajar. Rita se tomó otra naranja para que se le fuera el sabor de los labios del hombre y se encaminó sola, la carne alterada, hacia el lugar del arroyo donde podía sentarse en el agua sobre la grava.
La sed
Georges Simenon, 2004
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