A las ocho y media, una tímida campanilla avisaba a los huéspedes que podían acercarse; las puertas de las cabañas se abrían todas al mismo tiempo y la gente salía descalza, apresurándose con paso glotón. Pero a las ocho y media, el taxi de Clarence, ya la estaba esperando, haciéndole señas; ¡con los atascos, no llegaría a tiempo a la sesión! Y Clarence, corriendo, apenas se atrevía a birlar una tostada o un plátano todavía verde...
El primer siglo después de Béatrice
Amin Maalouf
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