La llevó hasta la mesa redonda con tres sillas verdes; en la habitación oscura ardía una lamparita durante el día y por la noche la apagaban, porque por la noche, allí, no se sentaba nadie. Un instante después tomaban el té; ella contemplaba cómo el niño desmenuzaba con las uñas un terrón de azúcar en su taza y se chupaba el dedo, y luego comenzaba a escribir los primeros verbos franceses en su nuevo cuaderno. En la mesa había una tercera taza de té, pero nadie la usó.
La cara interna del viento
Milorad Pavic
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