20 octubre 2020

Una ccomida


El verde fatigado de los pinos
le daba suavidad al mediodía
de invierno. Las ventanas
del comedor se abrían a los árboles
y a la pequeña carretera gris
de suburbios con fábricas y bosques.
Sentados en silencio se miraban
demorando el más grato de los sueños
-dos sueños diferentes- que se desvanecían
en el cielo invernal.
Han quedado dos tazas de café,
servilletas y vasos,
y las sillas vacías que prolongan
el diálogo de sueños diferentes
por la tierna pendiente de la tarde.
Atormentada por su larga sed,
una sombra que ha vuelto hasta la mesa
no puede alzar los vasos con el poso
de vino rojo que atraviesa el sol,
ni mover las dos sillas que han quedado
en este restaurante, una frente a la otra
mirándose a los ojos sin mirada,
conversando sin voz e imaginando
cómo son los suspiros y caricias
que nunca llegarán. La soledad
regresará por esta carretera
y buscará en las calles del crepúsculo,
en la ciudad, el frío de los ojos
que unió aquellos dos sueños separados.

Una comida
Joan Margarit


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