La primera noche, después de una cena copiosa, con carnes grasientas y vinos olorosos y fuertes -que el padre de Konrád, viejo empleado del Estado, y la madre polaca, melancólica y maquillada con colores vivos, morados y rojos, como una cacatúa, servían con una excitación devota y triste en aquella casa de aspecto pobre, como si la felicidad de aquel hijo al que veían poco dependiese de la calidad de los platos-, los dos jóvenes oficiales se quedaron un rato sentados en un rincón oscuro del comedor de a fonda, decorado con palmeras polvorientas.
El último encuentro
Sándor Márai
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