En los períodos de mayor escasez, Marta, José Agustín y yo hurtábamos berros o tallos de calabaza silvestre en la linde de los huertos o nos desplegábamos en abanico por los castañares vecinos hasta que los gritos y amenazas del dueño o aparcero nos ponían en fuga. En la buhardilla, criábamos conejos y una docena de gallinas: sus huevos, mezclados con acelgas u hojas de calabaza, componían el plato habitual de nuestros almuerzos y cenas con excepción de los días felices en los que recibíamos víveres de Francia o Argentina.
Coto vedado
Juan Goytisolo
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