Tan cerca lo teníamos
que no era necesario llamarlo por su nombre.
Dolores apartaba del hogar la cazuela quemándose
los dedos.
Picaba la ensalada.
Con religiosa unción
vertía algunas gotas de aceite en los pimientos asados. Los
jureles
dejaban sobre el plato
brillar su plata verde.
Y entonces, cuando todo se hallaba bien dispuesto, sin llamar a
la puerta, con toda confianza
el mar se entraba en casa
y se sentaba luego a almorzar con nosotros.
El huésped del verano
Carlos Clementson
(Después del banquete. Juan Guillermo Manrique de Lara)
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