11 enero 2010

Desayuno


Después, con la cabeza mojada y oliendo a agua de colonia, se dirigía al comedor para desayunar. Sentado a la mesa, mientras tomaba el café, hojeaba el periódico; la doncella, Polia, y yo, le contemplábamos respetuosamente, en pie junto a la puerta. Dos personas adultas debían mirar con la mayor atención a una tercera que tomaba café con galletas; por ridículo y absurdo que parezca, yo no veía en ello nada humillante, pese a ser tan noble e instruido como el propio Orlov.

Relato de un desconocido
Anton Chéjov

(Desayuno. Leonardo Fernández)

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