Nadie se sorprenderá si añado que André era gordo. La palabra exacta sería "obeso". Alto, barbudo y obeso. A mis ojos y en mi pluma, ese término no es, de entrada, peyorativo. Hay obesos y obesos. André era un obeso feliz, uno de esos hombres que parecen haber prosperado en torno a una silueta vulgar por una especie de expansión armoniosa, y que en esa envoltura y quizá para desmentirla, cultivan más que otros el refinamiento del espíritu y de los sentidos.
Pero ahora me avergüenza un poco haber querido describir a André Vallauris por una digresión sobre los buñuelos de viento en lugar de hacerlo mediante los regalos que él me ofrecía a cambio.
El primer siglo después de Béatrice
Amin Maalouf
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