El sol le recompuso el rostro apenas estuvo afuera. Reconocíó el mar, la Promenade des Anglais, los autos, las viejas palmeras, y recordó que era una mujer engañada. Fue a sentarse en el primer café cerca del Casino (era, por otra parte, la primera vez que Angela di Stéfano se sentaba sola en un café) y puso el bolso entre sus piernas bien apretadas, antes de pedir al camarero, con una voz apagada, un helado de frambuesa.
El gato y el casino
Francoise Sagan
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