13 mayo 2012

Comer y comer


No podía entender aquel apetito desaforado ni que un hombre tan anciano pudiera comer y comer sin llegar a saciarse jamás. Aún observó otra cosa: no parecía diferenciar los sabores. Era como si cualquiera de aquellos alimentos le pareciera intercambiable con los otros con tal de poder llevárselo a la boca y deglutirlo sin demora. Así, no sólo vio cómo se comía, impertérrito, los embutidos, los dos quesos y la hogaza de pan, sino la harina y el azúcar, que tomaba a cucharadas, pasando de un saquito a otro sin que esto, al parecer, llegara a plantearle problema alguno, y luego la manteca de cerdo y hasta los garbanzos, que sacó de la bolsa para metérselos en la boca a puñados, sin ni siquiera atragantarse. ¿Y qué decir del aceite y del vinagre? Se los bebió de sus respectivas garrafas con la despreocupación del que bebe agua del botijo un día de calor.

La princesa manca
Gustavo Martín Garzo

(Le Pélerin. Louis Toffoli)


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