Cuando mi abuela Pilar decidía preparar la carne que había sobrado del cocido con una salsa de tomates y pimientos verdes fritos, la tía Piluca no dudaba de que era mejor aprovecharla para hacer un revuelto con media docena de huevos, y entonces mi madre opinaba que resultaría mucho más sabrosa si se rehogaba con un poco de aceite y cebolla picada. Ninguna de ellas cedía terreno en la primera media hora pero, por muchos chillidos que provocara el aspecto metodológico de la cuestión, lo que no se discutía jamás era que íbamos a comer sobras durante dos o, con un poco de suerte -como solía puntualizar alguna-, hasta tres días. Así pasó mi infancia.
Atlas de geografía humana
Almudena Grandes
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